Subo al taxi. Acabo de levantarme, por lo tanto, estoy un bastante irascible. Indico el destino. El conductor me mira, como si le estuviera hablando en chino mandarín. Ergo, repito en voz bien alta, el lugar al cual me dirijo. Me mira por el espejito, como si estuviera viendo un fantasma, o cómo si una mosca estuviera entorpeciéndole la visual. Pienso, este tipo, es sordo, tarado, o me está cargando. Al no recibir respuestas, le indico el camino por el cual debemos llegar a destino. Nada. En ese momento empiezo a preocuparme dado que, no solo llego tarde, sino que además el pelotudo del tachero está obstinado en ignorarme, sin más. En eso, me dice, usted está segura de que es un Hotel. Sí, es un hotel. (por supuesto que no estoy segura, viejo, pero me dijeron que era un hotel). Me dice, ah, pensé que iba al XDFDGDG, pero no sabía que era un hotel. Sí, claro, le digo. Voy al XDFDGD, pero es un Hotel. ¿Y va a trabajar?, me dice, (no boludo, voy a un Spa vestida de ejecutiva). Sí, voy a trabajar, son las 09:00 menos dos minutos, y en realidad ya debería estar ahí. Me dice, ah, está apurada. (Nah, vos tomate tu tiempo, total, arrancan sin mí). Y claro, por eso me tomo un taxi. Me dice, bueno igual ya son las 09:00, está llegando tarde, (claramente, enfermo), podemos ir tranquilos. NO, no podemos. Pienso, este tipo, me está crispando los nervios, es tarado, ¿lo hace apropósito?. Cómo muchas de las cosas malas de esta vida responden a las leyes de Murphy, este viejo pelotudo, no podía ser la excepción, por lo que tuvo que aparecer en mi camino, justo en el momento en que me tendría que haber tomado un cohete para llegar a tiempo, y no un taxi. Ok.
Por fin, llego. Pregunto en recepción por la capacitación de XXXXXX. Con la lengua afuera, corro por los malditos pasillos, del Hotel, (bastante lindo por cierto), pero me pierdo. Obvio. Vuelvo para atrás, y le digo a la mina, me podrás indicar “mejor”, (nótese, el detalle), porque no encontré la sala de XXXXX. Sí, te acompaño. Le digo, no gracias. Corro hacia el lugar. Llego. Hay 80 sillas. 80 sillas, vacíasssssss!!, pero la puta madre, a ver ¿¡qué parte no entendí!?. Es al pedo apurarse, porque uno llega, y no hay nadie. Pero claro, si uno no se apura, llega y es la desubicada que llegó ultima. En eso entra un tipo. Me dice, ¿mmmseee, vas saas?. Ah, claramente porteño, por la elegancia para preguntar, pienso. Yo soy Carolina vengo de XXXXX. ¿Esta es la capacitación?. Mmmmse, me dice. Es acá, pero esperá porque no llegó nadie. (Ya me di cuenta boludo, a menos que sean fantasmas). Me dice, parece que tuvimos, poca repercusión… jejeje. (Ay, por Dios, ite ya de mi vista). Ja. Le digo, y le clavo una cara de orto por default que me sale solo los viernes a las 9 de la mañana, cuando me citan en un lugar, supuestamente, re-importante, me apuro, me tomo un taxi, llego, y no hay nadie, salvo un pelotudo, que no sabe ni decir hola. De repente cae la multitud. Somos como... 10, (contando el tipo que trae el café). Empieza la mina a decir cosas que me enseñaron en jardín de infantes. De pronto temo por mi vida. Un ventanal enorrrrrrrrrrrme, enmarca el 2do. piso del hotel.
Pienso, si empieza a hablar de comunicación y pone el típico dibujito de Emisor –flechita- receptor, Juro por Dios que me tiro por la ventana, y les hago la primera salida de Subte a los cordobeses, con mi caída. Y sí, obvio. Empieza a pasar las filminas del orto, y entre ellas, el típico dibujito de mierda de la comunicación, y los “ruidos” que, se supone, surgen del ambiente. En ese momento, solo tenía deseos de saltar, lo juro. Pero de pronto digo, oia, eso me pasó con el tachero, los ruidos no permitieron una comunicación eficiente.
Les pido encarecidamente que me castiguen, por haber incurrido en esa horrible asociación.
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Tengo severos problemas psicológico, oh qué novedad. Mátenme. Pero háganlo suavemente.