Buenos vecinos I

Cuando nos mudamos al departamento de Once, teníamos toda la ilusión que uno puede tener cuando se va a vivir solo, -o acompañado, pero se va de su casa materna-.

Los primeros meses fueron tranquilos. Si bien el barrio no era el mejor, estábamos contentos con el hecho de tener ‘nuestro lugar’.

Lo curioso, es cuán rápido desaparecen algunas sensaciones y comienzan a aparecer unas ganas irrefrenables de asesinar a alguien.
Llegué del trabajo como todos los días a las 18:30. Fui a la cocina, me serví un vaso con agua, y me senté en el living. Deje la cartera y me saqué los tacos mientras entraba a la habitación.

El problema surgió cuando, buscando al gato, entré al baño. Si lo recuerdo ahora en cámara lenta, fue como si una bomba me explotara en la cara.

Días antes, había hablado con el administrador del Edificio, y le había dicho que el techo del baño tenía unas goteras. Con el correr de las horas las goteras se transformaron en una catarata de agua, en el medio de mi baño, que hacía imposible, por ejemplo, pararse en el lavatorio para lavarse los dientes.

Cuando me fui a la mañana, estaba todo igual: baldes y mas baldes que intentaban, casi sin éxito, contener las incontables goteras por las que se filtraban litros y litros de agua.

Sin embargo, y luego de haber llamado varias veces en 3 días al administrador del edificio, a la dueña y a la inmobiliaria, el techo se desplomó. Así, literalmente. Si el gato, que tenía sus piedritas en el baño, hubiera osado ir a hacer sus necesidades en ese momento, lo hubiera matado.

No, no se cayó el cielo raso, no. Se cayeron pedazos enormes de cemento duro. Pesadísimos.

Imagínense cómo estaba de vencido el techo por el filtrado de agua permanente que, el simple hecho de abrir la puerta, provocó que se desplomara de cuajo en 100000 pedacitos.

Para que se figuren, sólo quedaron en el techo las cuatro esquinitas de cemento, y el resto era un redondel enorme que dejaba al descubierto las vigas del edificio. El dueño del departamento de arriba que se había hecho el pelotudo para mandar a alguien a ver la perdida tremenda que tenían, tuvo la mala suerte de estar en ese mismísimo instante en el departamento, -dado que lo tenía alquilado-, cuando subí y casi le hago comer los pedazos de concreto que saqué del inodoro, se quería matar. El alud de puteadas, en todos los idiomas posibles, que se comió no tiene nombre.

El viejo tenía los ojos desorbitados, y casi le da un infarto. Imagínense cómo estaba yo. Ja!. No, no se lo imaginan. Más o menos, 2 días después, tenía a los tipos haciendo el techo de nuevo. Pero no, la historia no termina ahí. El baño de ese departamento estaba embrujado, a mí no me jodan.

Esperen a la segunda parte que es 10 veces más increíble.

Update:

En otro orden de cosas, como es de público conocimiento, quiero agradecer a mi amiga personal Cecil, porque me ha entregado el premio, 'antorcha de oro 2009', en verdad fue mi público quien ha votado, y ha querido que hoy sea yo, quien enarbola ésta antorcha.

Muchas gracias Herejes.