Cosas que pasan acorde a las Leyes de Murphy.

Invariablemente, cada vez que suena el celular no importa dónde ni cómo, corro a atenderlo, automáticamente cuando lo tomo entre mis manos, la llamada se corta. Esta es una teoría posible: El maldito aparato reconoce las vibraciones de mis delicados deditos hurgando entre mis pertenencias, -es decir dentro de la cartera-, y sin importar por qué decide mostrarme qué él tiene el poder. Y se corta.

Anexo del anterior

Es altamente probable que cada vez que suene el teléfono de línea suceda lo mismo. El muy guacho no muestras signos de vida, sí y solo sí, me tiene cerca. En el mismísimo instante en que me alejo de la base, y me encuentro a considerable distancia, se encarga de sonar avisándome que tengo un mensaje, producto de alguna llamada que, seguramente, no escuché.

No señora, no soy sorda. Qué usted no escuche bien no quiere decir que sus interlocutores estén mal del oído. Es directamente proporcional el problema de la sordera, con el problema del griterío. No conozco una vieja sorda que, inevitablemente, no deje sordo a su entorno.

Otra situación extremadamente probable: cuando uno entra a un negocio, es una especie de radiador de vendedores, sí y solo sí, no va a comprar. En el momento en que uno necesita que aparezcan, ellos se dispersan vaya a saber hacia dónde.

Al igual que pasa con las tostadas ungidas en manteca, si el vaso está vacilando entre caerse y no, sólo lo hace cuando está lleno, no se porque clase de fuerza centrípeta que lo obliga a verter todo su contenido, hasta debajo de la cama.

Si te depilás seguramente llueva. Esto sí es invariable, acá no caben dudas. Es cómo si el cosmos se volviera en tu contra, y no conforme con dejarte la espantosa tarea de tener que depilarte, te obliga a hacerlo al pedo.